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Larrea 2017. Carmelo en familia orante.

Los días 10, 11 y 12 de marzo, según se había programado, se reunieron en la Casa de Espiritualidad de Larrea Hermanos de la Orden Seglar y alguna persona perteneciente al entorno o muy simpatizante de la Familia Carmelitana. Porque este Retiro está abierto a cuantos gustan de conocer más a fondo el carisma carmelitano. Querían vivir unas jornadas de Retiro espiritual y lo querían hacer, como cada año por estas fechas, viviendo en el silencio, la escucha atenta a la Palabra de Dios y la oración compartida y meditada.

Llegaron, unos a media tarde y otros casi a las 8, unas 40 personas. Maletas de poco peso procedentes de La Rioja, Bilbao, Calahorra, Pamplona, Vitoria, Santander… que ansiaban regresar repletas de perdón e ilusiones para hacer de la Cuaresma ese tiempo de conversión que nos pide el Papa en estas fechas.

Al frente de este superequipo de bienintencionados seglares carmelitas se encontraba el P. Antonio Viguri, del que ya se esperaba su acostumbrada insistencia en el silencio (“no está Dios en el ruido… búscalo donde se le puede oir… en el silencio”).

El P. Viguri, que acompaña a la Comunidad seglar de Pamplona, es también el Asistente del Consejo Provincial Seglar de nuestra Provincia de San Joaquín. Su experiencia sobre la historia -éxitos grandes y pequeños- de la Orden Seglar de Navarra es reconocida por todos.

El viernes 10, a las 8, comenzaba el retiro con una Misa que incluía las Vísperas del día. Ya se puso en marcha la cítara de José Carlos, que a diferencia de las del salmo, no quedó colgada de ningún árbol. Acompañó desde entonces cada rezo, que se hizo cantando con distintos tonos monásticos y a dos coros.

Se presentó el sábado con prometedor silencio y aviso de mucha tarea: charlas sobre temas que tratan los evangelios de Cuaresma, lectura y meditación individual, tiempo para la reconciliación y final de jornada con exposición del Santísimo. De nuevo la liturgia de las horas, con solemnidad, con participación en lecturas y preces. De nuevo el silencio orante, con broche de absolución por la tarde (hasta 6 confesores) y emotiva bendición por la noche (“mírale, que te mira”, recordaba el P. Viguri momentos antes citando a Santa Teresa).

Ese sábado se sentaron todos a comer con el rico Epulón y advirtieron que el pobre Lázaro (cuyo nombre significa “promesas”) les invitaba a todos a otra suerte de banquete: a cambiar de vida y a ver en el otro una llamada a la conversión. Y repasaron, como quien no tiene prisa, las lecturas de estos domingos cuaresmales.

Descubrieron todos que Dios es gracia y perdón, que el desierto es un estado del alma, que hay que ser dócil a la voluntad de Dios, que si nos acercamos a Cristo hay transfiguración. Y algo en apariencia sin sentido: que puedes pensar, confesándote poco, que no tienes pecados, porque la conciencia de pecado se va disolviendo en tu interior de forma que no te encuentras nunca con ninguna falta.

Fue el sábado, sin duda, un día muy completo, en el que, según dijeron algunos, la entrada en la habitación y el cerrar de ojos fue premio a tanta emoción vivida.

El domingo 13 tuvo desde después del desayuno a unas protagonistas de excepción, con un claro mensaje de promesa de felicidad: eran las Bienaventuranzas. “Una tarjeta de identidad del cristiano, comienzo del maravilloso Sermón de la Montaña, programa de vida desde la fe en el Hijo de Dios”. Casi nada. Y hubo repaso de conceptos, para que las cosas fueran transparentes: pobreza no significa “no poseer” sino vivir sin apegos; la mansedumbre se encuentra en el hombre decidido que busca a Dios; “llorar”, como sugiere Jesús, es sufrir también por los pecados ajenos…

La misa, mientras acababa la mañana, les dio a todos oportunidad de agradecer al Señor las horas allí vividas manifestando (dijo más de una persona) que les había sabido a poco. Recibida la comunión se recitó un poema del que se habló por la mañana: unos versos de León Felipe.

“Hazme una cruz sencilla,

Carpintero…

Sin añadidos

Ni ornamentos…

Que se vean desnudos

Los maderos,

Desnudos

Y decididamente rectos:

Los brazos en abrazo hacia la tierra,

El astil disparándose a los cielos.

Que no haya un solo adorno

Que distraiga este gesto:

Este equilibrio humano

De los dos mandamientos…

Sencilla, sencilla…

Hazme una cruz sencilla,

Carpintero.”

Con estas líneas se llegaba al agradecimiento del director del Retiro y especialmente quiso tener presentes a cuantas personas habían orado por el mejor fin del mismo.

Comieron todos, después, entre la prisa de Calahorra por un taxi que venía con la hora en punto y el regreso tranquilo de Bilbao, que jugaba en casa. Pero como todo era bueno hasta el postre nadie se fue sin acabar del todo. Y fue entonces cuando el P. Jon Korta, de esa comunidad de Padres, saludó a sus hermanos seglares del Carmelo.

La comida, de bendición. El sueño, con agrado. Las Hermanas, pendientes de todo. Y se oyó por los pasillos planificar para el año próximo, porque se iban contentos, con el alma en paz y abrazada al deseo de acompañar al Señor.

La Casa de Espiritualidad de Larrea, que ha experimentado una profunda restauración, sobre todo en la planta baja, eliminando barreras arquitectónicas y dotándola de un moderno ascensor, abrió de nuevo sus puertas para acogerte siempre que vayas. Te están esperando.

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