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PATRONA DE LAS MISIONES

 

Santa Teresita lleva este título desde el año 1927. Se lo ha ganado a pulso, después de entusiasmar a tantos misioneros y a tantas misioneras con sus palabras y, sobre todo, con sus obras.

 

La debemos considerar como la gran modelo del apostolado contemplativo, porque ella comprendió, practicó y explicó este género de apostolado con una lucidez y generosidad extraordinarias. Por eso insistiremos más en el análisis y explicación de esta faceta de su mensaje.

 

1. Hasta los 15 años

 

a) Los primeros pasos

 

Ya de niña solía dar sus limosnitas, sacadas de sus aho-rritos, para ayudar a las misiones (A 22v).

 

Los comienzos de su apostolado consciente y serio hay que ponerlos en su "conversión" de la Navidad de 1886. Con este acontecimiento extraordinario la joven dio un gran salto: "salí de mi niñez", "sentí que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás. Sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo, que nunca hasta entonces, había sentido tan vivamente"... "Desde aquel día comencé, por así decirlo, una carrera de gigante" (A 44v-45v).

 

Va descubriendo con claridad el carácter apostólico de la vida cristiana. Unos meses más tarde, en julio de 1887, "un domingo, contemplando una estampa de nuestro Señor en la cruz, quedé profundamente impresionada al ver la sangre que caía de sus manos ... y resolví mantenerme constantemente en espíritu al pie de la cruz, para recibir el rocío divino, que goteaba de ella, comprendiendo que luego tendría que derramarla sobre las almas. El grito de Jesús en la cruz resonaba constantemente en mi corazón: tengo sed (Jn 19,28). Deseaba dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas. No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores" (A 45v).

 

b) La primera conquista

 

El mismo año, se produjo otro acontecimiento que influyó fuertemente en su vida apostólica. Ella lo cuenta así: "Y para avivar mi celo, Dios me demostró que mis deseos le eran agradables"... Se trataba de la condena y ejecución de un criminal, llamado Enrique Pranzini, que se mantenía impenitente. La joven Teresa, al enterarse del hecho, recurrió a cuantos medios sobrenaturales estaban a su disposición: oró, encargó una misa por mediación de Celina (CRG 4,25).

 

Por fin tuvo la señal deseada. El reo, que había rechazado al sacerdote, momentos antes de que cayera la guillotina sobre su cuello, pidió el crucifijo y besó "por tres veces sus llagas sagradas". Teresa no pedía una señal externa. Confiaba en la misericordia de Dios. Pero con esta manifestación se sintió más segura de que su intercesión había agradado a Dios (A 46r). Era el consuelo que deseaba. La estimuló para seguir su labor apostólica.

Qué feliz se sentía al verse llamada a colaborar con Jesús en la gran empresa de la salvación de las almas.

 

c) La peregrinación a Roma (del 4 de noviembre al 2 de diciembre de 1887) 

 

A finales de este año, durante el mes de noviembre, tiene lugar el acontecimiento externo más importante de la breve y sencilla vida de Teresa Martín: la peregrinación a Roma.

 

En el curso de este viaje descubrió la faceta más relevante de la misión que el Señor le encomendaba: la de ser apóstol de los apóstoles.

 

Nos cuenta que la peregrinación le sirvió para hacer dos grandes experiencias: la primera fue constatar que detrás de los grandes nombres y títulos de nobleza hay mucha miseria. Respecto a la otra, ella se explica así: "La segunda experiencia que viví se refiere a los sacerdotes. Como nunca había vivido en su intimidad, no podía comprender el fin principal de la reforma del Carmelo. Orar por los pecadores, me encantaba, ¡pero orar por las almas de los sacerdotes, que yo creía más puras que el cristal, me parecía muy extraño!

 

En Italia comprendí mi vocación y no era ir a buscar demasiado lejos un conocimiento tan importante. Durante un mes conviví con muchos sacerdotes santos, y pude ver que si su sublime dignidad los eleva por encima de los ángeles, no por eso dejan de ser hombres débiles, frágiles... Si los sacerdotes santos, a los que Jesús llama en el Evangelio "sal de la tierra", muestran en su conducta que tienen enorme necesidad de que se rece por ellos ¿qué habrá que decir de los que son tibios?

 

2. En el Carmelo

 

"¡Qué hermosa es la vocación, que tiene como objeto conservar la sal destinada a las almas! y ésta es la vocación del Carmelo, pues el único fin de nuestras oraciones y sacrificios es ser apóstoles de apóstoles, rezando por ellos mientras ellos evangelizan con su palabra y, sobre todo, con su ejemplo" (A 56r).

 

Desde entonces tuvo ideas claras a este respecto. En el interrogatorio que precedió a su profesión, al preguntarle a qué había venido al Carmelo, no titubeó al responderles: "He venido para salvar almas, y, sobre todo, para orar por los sacerdotes" (A 69v).

 

Según recuerda Sor Genoveva, más tarde solía decir a las novicias que "rogar por los sacerdotes era hacer un negocio al por mayor, pues a través de la cabeza se llegaba a los miembros" (CRG 4,21).

 

En relación con la vocación misionera, que esperaba vivir en el Carmelo, su hermana recuerda que durante el viaje a Roma cayó en sus manos una revista, que relataba las obras de los misioneros y misioneras. Interrumpió su lectura diciendo: "No quiero seguir leyendo: ¡tengo ya un deseo tan vehemente de ser misionera! ¿Qué sería si lo avivase contemplando el cuadro de este apostolado? Quiero ser carmelita". Me explicó luego el porqué de esta determinación: "era para sufrir más y con eso salvar más almas" (CRG 4,24; pero cfr. Ct 168).

 

La preocupación por los sacerdotes, durante los primeros años de su vida en el Carmelo, aparece principalmente en las cartas que escribe a su confidente Celina. Esto ocurre casi exclusivamente en el año de noviciado y en el siguiente.

 

a) Sentido misionero de su vocación

 

Recordemos algunos textos típicos:

 

"Sí, Celina, vivamos para las almas..., seamos apóstoles, salvemos, sobre todo, las almas de los sacerdotes. Estas almas debían ser más transparentes que el cristal... Pero, ¡ay! cuántos malos sacerdotes, cuantos sacerdotes que no son bastante santos! Oremos y suframos por ellos" (Ct 73).

 

"Sí, Celina, siento que Jesús nos pide a nosotras dos que apaguemos su sed dándole almas, sobre todo, almas de sacerdotes" (Ct 74).

 

"Celina, si quieres, convirtamos almas ¡Tenemos que forjar este año muchos sacerdotes, que sepan amar a Jesús, que le toquen con la misma delicadeza con que le tocaba María en la cuna!" (Ct 79).

 

"Celina, oremos por los sacerdotes ¡Sí, oremos por ellos! Consagrémosles nuestras vidas. Jesús me hace sentir a diario que espera esto de nosotras dos" (Ct 88).

 

"Celina querida, lo que tengo que decirte es siempre lo mismo: ¡oremos por los sacerdotes! 

Cada nuevo día nos muestra cuan raros son los amigos de Jesús. Me parece que lo que más debe dolerle es precisamente eso: la ingratitud. Sobre todo, el ver que las almas que se han consagrado a él den a otros el corazón que le pertenece a él de una manera absoluta" (Ct 102; cfr. Ct 231).

 

Durante este período vive intensamente el interés por la salvación de las almas en general. Quiere insistentemente embarcar a Celina en la misma empresa. No se trata de una preocupación pasajera. La asediará hasta el fin de su vida (Cfr. C 25r; O 1; UC 39.8).

 

Además de los textos ya citados de su juventud y principios de su vida religiosa, aflora este pensamiento en el Manuscrito "C". Refiriéndose a la correspondencia de las carmelitas, dice que no tienen que salvar almas con cartas, sino con la oración (C 25r). Menciona también la petición de un seminarista que desea que le ayude, cuando sea misionero, con sus oraciones y sacrificios a salvar almas (C 31 r), y se une a los misioneros y no puede dejar de "rezar por las almas que ellos salvarán". Y no dejará de lado "a los simples sacerdotes, cuya misión es a veces tan difícil" como la de los misioneros (C 35v y 39v).

 

b) En sus cartas

 

Pero los escritos donde se desahoga son sus cartas. La expresión "salvar almas" aparece en ellas no menos de 36 veces, y cubre todo el espacio de su vida religiosa. La encontramos por primera vez en la carta 23, escrita durante la cuaresma de espera para entrar en el Carmelo (marzo, 1888). Desaparece como no podía ser menos en la 235 del 10 de agosto de 1897, dirigida al misionero R Belliére, y que es la última que escribió.

En la carta 51 expone las aspiraciones que abriga el día de su toma de hábito. Entre otras, revela ésta: "¡No, no quiero que Jesús sufra el día de mis esponsales, quisiera convertir a todos los pecadores de la tierra y salvar a todas las almas del purgatorio". Escribe al R Pichón comunicándole su "deseo de salvar almas, su sed de ser apóstol, ayudando a los apóstoles" (Ct 100).

 

La Santita entiende que esta preocupación por la salvación de las almas forma parte integrante de la vocación carmelitana. "El apostolado de la oración ¿no es, por decirlo así, más elevado que el de la palabra? Nuestra misión, como carmelitas, es la de formar obreros evangélicos, que salven a millones de almas, cuyas madres seremos nosotras" (Ct 114; cfr. B2v; P 22,22).

 

Este compromiso apostólico no lo considera una carga, lo estima más bien como una delicadeza de Jesús. Así se lo da a entender a Celina: "Un día decía (Jesús) a sus apóstoles: la mies es mucha, pero el número de obreros es reducido; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros ¡-qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? Es que Jesús siente por nosotros un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas" (Ct 114).

 

En la primera carta que escribe al futuro misionero, P. Roulland, le da cuenta de su alegría al ser designada para colaborar con él: "Me siento verdaderamente dichosa, le dice, colaborando con vos en la salvación de las almas, para eso me hice carmelita, no pudiendo ser misionera por la acción, quise serlo por el amor y por la penitencia, como Santa Teresa, mi seráfica Madre". Luego le sugiere la oración o petición que quiere que haga por ella en su primera misa: "Que me abrase en el fuego de su amor, a fin de que yo pueda luego ayudaros a encenderlo en los corazones" (Ct 168).

Al presentarse al otro "hermano" misionero, el P. Mauricio Belliére, le manifiesta: "Os suplico que me obtengáis también a mí ese amor, a fin de que pueda ayudaros en vuestra obra apostólica. Lo sabéis, una carmelita, que no fuese apóstol, se apartaría del fin de su vocación y dejaría de ser hija de Santa Teresa, la cual deseaba dar mil vidas por salvar una sola alma" (Ct 177; Camino de Perfección 3,10).

 

En la carta 73, dirigida a Celina, se pueden leer estas palabras: "Durante los breves instantes que nos quedan no perdamos el tiempo ..., salvemos almas... Las almas se pierden como copos de nieve ... y Jesús llora" (Cfr. CG p. 495, nota e).

 

La correspondencia epistolar con los misioneros, junto con las visitas que le hicieron, le ayudó a mantener firme y a avivar su ideal apostólico. Pero ella percibe muy claramente cuál va a ser el puesto y la actividad que corresponderá a cada uno según sus vocación específica. Algunos y algunas actuarán en el campo de la acción misionera, y otros y otras les ayudarán desde la retaguardia.

 

3. Apostolado contemplativo

 

A los contemplativos les dirige Jesús esta llamada: "Ved cómo en el cielo hay sitios vacíos, os toca a vosotras llenarlos... vosotras sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros y yo los enviaré, ¡no espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón!" (Ct 114).

 

A los misioneros les invita en estos otros términos: "Como Josué, vos combatís en la llanura, y yo soy vuestro pequeño Moisés, y mi corazón está incesantemente levantado para obtener la victoria" (Ct 178).

 

Es interesante advertir que en estos textos la oración se traduce en un sencillo gesto: "un suspiro", o una actitud del corazón levantado al cielo (Cfr. C 25r).

 

Las armas: la Santa advierte muy bien al misionero desde su primera carta: ella debe "estar unida a vos por los lazos apostólicos de la oración y de la mortificación" (Ct 168).

 

En otro comunicado le repite: "Continuaremos juntos nuestro apostolado... Os estaré siempre unida por la oración... Mis únicas armas son el amor y el sufrimiento, y vuestra espada son la palabra y los trabajos apostólicos" (Ct 173).

 

Al otro misionero le hace saber: "Y ahí es donde Jesús me ha colocado, y espero permanecer siempre, siguiéndoos desde lejos con la oración y el sacrificio" (Ct 203).

 

Ella no actúa como autónoma y autosuficiente, con sus propias fuerzas, con sus recursos personales. La contemplativa refugiada en su fortaleza conventual no es orgullosa. No se siente más segura ni posee complejo de superioridad para mirar de arriba abajo al pobre misionero. Comprende que la ayuda se la prestan mutuamente. No es que se sacrifique solamente ella. Quiere y espera que los misioneros, a su vez, oren todos los días por ella. Y no contenta con manifestarles este deseo, hasta les adelanta la fórmula que desea que utilicen para pedir a Dios lo que ella entiende que le conviene y necesita.

 

Al R Belliére le sugiere: "Me decís que rogáis muchas veces por vuestra hermana. Puesto que hacéis esa caridad para con ella, me gustaría mucho hicieseis todos los días esta oración, en que están encerrados todos sus deseos: "Padre misericordioso, en el nombre de nuestro dulce Jesús, de la Virgen María y de los santos, os suplico que abraséis a mi hermana en vuestro Espíritu de amor y que le concedáis la gracia de haceros amar" (Ct 188; lo repite en Ct 178. 187. 191 y 202).

 

Quiere que aún después de su muerte continúen haciendo esta oración por ella, pero modificando un poco la fórmula. Quedaría así: "Dios mío, permitid a mi hermana que siga haciéndoos amar" (Ct 191). Quiere asegurarse la posibilidad de proseguir su apostolado en el cielo. Es un asunto que le preocupará muchísimo durante su último año. Lo veremos más tarde. Lo de amar a Dios, ya está asegurado en el cielo. No hace falta pedirlo.

 

a) Las raíces del apostolado contemplativo

 

La Santa no es una practicona, que sigue las consignas y costumbres sin más. Es muy reflexiva y crítica, en el buen sentido de esta palabra. Quiere conocer el porqué y el para qué de las acciones. Se deduce de su comportamiento que pensó mucho sobre la naturaleza del apostolado de las contemplativas. A fuerza de meditar, asistida por la luz venida de arriba, comprendió y explicó este tema de una manera que podríamos calificar de genial.

 

Tuvo la oportunidad, y hasta la necesidad, de tratar de justificar la vida de clausura con ocasión de la entrada de Celina en el Carmelo. Era ésta una joven de mucha viveza, decidida y emprendedora, dotada de notables cualidades para la vida social. El R Pichón, que la conocía bien, la convenció de que debía ir al Canadá a trabajar con él en una misión apostólica. No quedaba más que esperar a que se liberara del compromiso de asistir a su padre. Todo esto lo llevaban los dos en secreto para que no se enteraran sus hermanas del Carmelo. Fallecido el patriarca, se vio en la necesidad de tomar la decisión definitiva. Es entonces cuando tuvo que exponer el proyecto a sus hermanas.

 

Teresa había abrigado siempre la convicción íntima, aunque no parecía tan factible, de que un día la tendría a su lado en el convento (Cfr. A 82v). Escribió a la interesada una carta en la que trata de justificar la vida de clausura y viene a decirle que muchos buenos cristianos (en este caso sus propios parientes), incluso algunos sacerdotes, no le encuentran sentido a este género de vida cristiana en nuestros días.

Ella dice que tampoco el gesto de María, al derramar el perfume a los pies de Jesús, tenía justificación según el criterio de los apóstoles. La vida del Carmelo tiene sentido y está justificada para Sor Teresa (Ct 148). Pero le falta, o por lo menos ella busca, algo más. Desea ver claramente cuál es su propia vocación específica en la Iglesia como carmelita. La misión que Dios le ha encomendado.

 

Tenía motivos más que suficientes para sentirse satisfecha, feliz, con ser carmelita y, por su unión con Cristo, madre de las almas: carmelita, esposa de Jesús, madre (B 2v; cfr. Ct 104. 108. 114. 163. 165; P 37,6; O 16). Tres privilegios magníficos, que podrían contentar a cualquiera. Pero las aspiraciones de Teresa van más lejos: ella siente todas las vocaciones: la de guerrero, la de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. Quisiera realizar todas las obras que han llevado a cabo todos los santos. Pero, imposibles abarcarlas todas. Se ve forzada a escoger o, mejor, a encontrar una muy adecuada, una que satisfaga todos sus anhelos. Afortunadamente, dio con lo que buscaba. Se la inspiró San Pablo. La actividad más importante, la que tiene que revestir todas las demás es la del amor. "La caridad me dio la clave de mi vocación".

Ser en la Iglesia el amor

 

Contemplando a la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, se percató de que tiene que haber un órgano que ejerza esa función como suya propia. ¿Qué descubrió?:

 

"Comprendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor era el que ponía en movimiento a los demás miembros de la Iglesia; que si el amor llegara a apagarse los apóstoles no anunciarían ya el Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre. Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares..., en una palabra, ¡que el Amor es eterno! Entonces, en el exceso de mi alegría, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío!... Por fin he hallado mi vocación ¡MI VOCACIÓN ES EL AMOR" (B 3v).

Ahora es cuando comprende el verdadero sentido de su vocación de contemplativa y cómo influye su vida en la Iglesia. No sólo ni principalmente actúa en ella por las oraciones de intercesión, sino por la transformación misma de su propio ser por la unión cada vez más íntima con Jesús. Ese cambio, que se opera en ella, se extiende misteriosamente a todos los miembros del Cuerpo Místico. No sabemos ni el modo ni la medida de este influjo, pero la realidad está ahí, es cierta. Su vocación de contemplativa no es la de evangelizar sino la de purificar, la de santificar, la de transformar a la Iglesia desde el interior, desde el corazón. Un corazón más puro hace que mejoren los demás órganos, que funcionen mejor. Como este órgano envía la sangre vivificadora a todos los demás órganos del cuerpo, de la misma manera el contemplativo está influyendo en la Iglesia. Hay una influencia, una comunicación mutua entre todos los miembros. El contemplativo es eficiente a través de ella. Este fenómeno lo denominamos la "comunión de los santos". Su realidad la confesamos en el Credo, cuando decimos: "Creo en la comunión de los santos".

 

La Santa da una explicación muy clara al relatar cómo encomienda a Dios a las personas con las que está comprometida. Este principio tiene una aplicación general. Es conveniente leer todo el texto. Aquí vamos a copiar la parte más esencial:

 

"Las almas sencillas no necesitan medios complicados. Como yo soy una de ellas, una mañana, durante mi acción de gracias, Jesús me inspiró un medio sencillo de cumplir con mi misión (de ayudar a los misioneros, a las novicias, etc.). Me hizo comprender el sentido de estas palabras del Cantar de los Cantares: Atráeme, correremos ... ¡Oh, Jesús! No es, pues, ni necesario decir: ¡Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo! Esta simple palabra: Atráeme , basta."

 

Luego, se extiende en exponer cómo quien se acerca y se une a Jesús lleva consigo a muchas almas:

 

"Lo entiendo, Señor, cuando un alma se ha dejado fascinar por el olor embriagador de vuestro perfume, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas por ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia vos. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de vuestro amor, atrae tras de sí todos los tesoros que posee..." (C 34r).

 

Estar unida a Jesús

 

Lo importante es unirse íntimamente a Jesús, purificar el amor:

 

"¿Qué quiere decir, entonces, pedir ser atraídos, sino unirnos de una manera íntima al objeto que nos cautiva el corazón? Si el fuego y el hierro tuvieran inteligencia, y este último dijera al otro atráeme ¿no estaría demostrando que quiere identificarse con el fuego de tal manera que éste lo penetre y lo empape de su ardiente sustancia hasta parecer una sola sustancia con él? Madre querida, ésa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a él que sea él quien viva y quien actúe en mí..." (C 35v-36r; cfr. UC 4.8.8).

 

Como se ve por este texto, lo importante es unirse íntimamente a Jesús, es purificar el amor, tratar de llegar a poseer el "puro amor". Entonces, las otras almas se sienten arrastradas por una fuerza misteriosa.

 

Qué bien comprendió Teresa y cuánto la consolaron aquellas palabras de San Juan de la Cruz: "El más pequeño movimiento de puro amor es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas" (CE 39,2). Así se lo comunica al misionero R Roulland (Ct 191). Poco más tarde deja la misma sentencia como parte de su testamento espiritual a sus tres hermanas carmelitas (Ct 219).

 

Por eso exclama: "¡Jesús mío, te amo! Amo a la Iglesia, mi Madre. Recuerdo que el más pequeño movimiento de puro amor es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas" (B 4v).

 

Lo que importa es ir purificando el amor: "Pero ¿hay en verdad puro amor en mí?" Ése es el problema. Pero, al menos, el camino está reconocido y emprendido el viaje. No tiene proyectos objetivos en cuanto a obras o actividades. Podría decir: "Ahora no tengo ningún deseo, si no es el de amar a Jesús con locura" (A 82v). "No deseo tampoco ni el sufrimiento ni la muerte, aunque siga amándolos a los dos; pero es el amor el único que me atrae... Ahora sólo el abandono me guía" (A 83r).

 

Unos meses más tarde escribía a su hermana María: "Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que vuestra pequeña Teresa, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cumbre de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes obras, sino solamente abandono y agradecimiento, puesto que dijo en el salmo 49: "No necesito de los machos cabríos de vuestros rebaños... Inmolad a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias". He aquí todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad alguna de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor" (B 1v).

 

Su misión es el amor

 

Estando ya clavada en su lecho de enferma hace el balance de lo que ha pretendido hacer en su vida, diciendo: "Nunca le he dado (a Dios) otra cosa que amor" (UC 22.7.1). Esta es la moneda para cuya circulación no hay límites en el espacio ni en el tiempo. La única que se cotiza de cara a Dios y tras las fronteras del cielo.

 

Justifica la vida de clausura de su hermana Celina (Genoveva) en estos versos:

 

"Puedes decir a quien diga que tus obras no se ven: Amo mucho, y en la vida el amor es mi quehacer" (P 15,16; cfr. Ct 148).

 

Este descubrimiento, o toma de conciencia, de que su misión es la de amar, amar directamente a Jesús, y de que mediante este trato de amor ella se va purificando y de que su pureza contribuye a la purificación de la Iglesia, de las hermanas y de los misioneros, hace que en este último período de su vida contemple a Jesús en su relación personal, individual con ella. Se da cuenta de cuánto la ama Jesús. Más que a nadie:

 

"Ésa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de amor, que me una tan íntimamente a él, que sea él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrasare mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: Atráeme ; y cuanto más se acerquen las almas a mí... más ligeras correrán tras los perfumes del Amado" (C 36r).

 

Es interesante observar que en este trato íntimo con Jesús descubrió también lo que es la caridad fraterna y sus exigencias: "amar como yo os amo" (Cfr. C 11 v).

 

Retomando el hilo: esto explica que ya desde bastante antes, por ejemplo en la Poesía 22, el trato con Jesús aparezca como bilateral, personal, como si ya no entrara nadie más en el horizonte de sus preocupaciones. Causa la impresión de que toda la obra que Jesús ha llevado a cabo, ha sido "para mí". Jesús pensaba muy especialmente en ella (Ct 102; P 22,21; C35r).

 

Detectamos también otro fenómeno. En el mes de agosto dice a su hermana: "Desde que estoy enferma no pienso mucho en los misioneros" (UC 1.8.8). Es cierto que la enfermedad va minando sus fuerzas y le resta vitalidad. Pero ella no se inquieta. Le basta llevar su propia vida de enferma: "Mi oficio es el de estar enferma". Sin otro quehacer. La paciencia, el amor con que lo soporta irradia indefectiblemente a su alrededor y produce su efecto en todos los que ella ama (Cfr. UC 18.4.2).

 

Belleza y exigencia

 

La vida contemplativa así entendida y presentada es bella. A muchos creyentes les atrae, o, por lo menos, se les hace admirable, envidiable. En realidad, resulta muy dura. No precisamente por las renuncias materiales, familiares o sociales que conlleva, como se piensa en general, aunque en este terreno tiene exigencias bastante penosas. Pero a eso se acostumbra pronto, una vez que quien se determina a abrazar este género de vida se decide a entregarse a ella. La dureza procede de la vertiente espiritual. Lo penoso es tener que llevar una vida monótona, en pura fe, sin compensaciones humanas.

 

Teresa experimentó esta dureza. Así se desprende de sus palabras de aliento a una monja que encontraba mucha dificultad para adaptarse a la vida religiosa en un convento de clausura. Trata de estimularla exponiéndole el sentido profundo de su vocación. Le dice: "El martirio más doloroso, el más amado, es el nuestro, porque sólo Jesús lo ve. No será revelado nunca a las criaturas de la tierra; pero cuando el Cordero abra el libro de la vida ¡qué admiración en la corte celestial al oír proclamar, juntamente con el de los misioneros y de los mártires, el nombre de unas pobrecitas niñas que nunca hicieron esas cosas deslumbrantes!" (Ct 195).

 

A la misma religiosa le pasó otro escrito con los siguientes pensamientos: "¡Ah, qué hermosa es la vocación del niñi-to! No es sólo una misión la que tiene que evangelizar, sino todas las misiones. ¿Cómo lo hará? Amando, durmiendo, arrojando flores a Jesús cuando dormita. Entonces Jesús tomará esas flores y, comunicándoles un valor inestimable, las arrojará, a su vez, y las hará volar sobre todas las riberas del mundo, y salvará a las almas con las flores, con el amor del niñito, que no verá nada. ¡Qué maravilla, un niñito misionero y guerrero!" (Ct 191).

 

A las novicias también las instruía sobre este tema. Sor Genoveva recuerda sus enseñanzas: "En cuanto a nuestra vida de clausura, sin ningún apostolado activo, ella juzgaba que lo más duro para nuestra naturaleza es trabajar sin aliciente, sin distracciones de ninguna clase" (CRG 6,6).

 

4. Apostolado póstumo

 

Para ella, su vocación es el amor, y comprendió que una de las cualidades de ese amor a Dios y a los hermanos, es que es "eterno" (B 3v). El ejercicio y la irradiación de ese amor no tiene ningún límite ni en el espacio ni en el tiempo. Por eso, su misión de amor se prolongará después de la muerte. En sus escritos encontramos numerosos textos, que expresan esta convicción.

 

Al misionero R Roulland le avisa que para cuando reciba esta carta "yo, seguramente, habré abandonado esta tierra". Pero no ha de creer que con eso pierde su colaboración.

 

"¡Ah, hermano mío!, presiento que os seré mucho más útil en el cielo que en la tierra. Cuento con no estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando en la Iglesia y por las almas; se lo pido a Dios, y estoy segura de que me lo concederá" (Ct 225). Ya antes le había avisado: 

"Quisiera salvarlas aún después de mi muerte. Y le pide que haga por ella esta oración: "Dios mío, permitid a mi hermana que siga haciéndoos amar. Si Jesús os escucha, sabré testimoniaros mi gratitud" (Ct 191).

 

Estos datos reflejan una preocupación, una obsesión, en Sor Teresa, que llena de grandes aspiraciones y con unos deseos inmensos de realizar grandes obras de apostolado, ve que su vida se apaga en plena juventud. Lo que busca es asegurarse, a toda costa, de que su misión se prolongará después de su muerte.

 

Al otro misionero, con quien se había hermanado, le recuerda: "Me habéis prometido rogar por mí durante toda vuestra vida. La vuestra, sin duda, será más larga que la mía... Si el Señor me lleva pronto consigo, os pido que continuéis rezando todos los días la misma oración, pues en el cielo tendré el mismo deseo que en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar. Si en el cielo no pudiese seguir trabajando por su gloria (de Dios), preferiría el destierro a la patria" (Ct 188).

 

La idea fundamental que aflora en la última pieza de teatro que compuso, a principios del año 1897, titulada: "San Estanislao de Kostka", es la de que en el cielo podrá continuar trabajando por la salvación de las almas. San Estanislao murió muy joven. No nos consta que él se planteara este problema, pero a la Santa le viene de perlas un santo de breve carrera en este mundo para exponer su propia preocupación ante la comunidad. Sor María de la Trinidad nos refiere que le había hecho esta confidencia: "Lo que me ha gustado al componer esta pieza es que he expresado mi convicción de que después de la muerte se puede trabajar en la tierra por la salvación de las almas. San Estanislao, muerto tan joven, me ha servido admirablemente para manifestar mis pensamientos y mis aspiraciones sobre este tema" (PO 469). En la pieza presenta a san Estanislao dirigiéndose a la Virgen en estos términos: "Yo no echo de menos ninguna cosa de esta tierra, pero tengo un deseo tan grande que no podré ser feliz en el cielo si no se realiza ¡Ah!, Madre querida, dígame si los bienaventurados pueden todavía trabajar por la salvación de las almas. Si no puedo trabajar en el paraíso para la gloria de Jesucristo, prefiero quedarme en el destierro y luchar todavía por él... María responde: "Sí, hijo mío, los bienaventurados pueden todavía salvar almas. Las dulces llamas de sus corazones atraen corazones hacia el cielo , y el santo reacciona: ¡Oh!, qué feliz soy. Dulce Reina del cielo, os pido que cuando ya esté en la Patria, me permitáis volver a la tierra..." (RP 8,6r-v).

 

Poco después, del 4 al 12 de marzo, hace una novena a san Francisco Javier, no para pedirle la curación sino la gracia de poder continuar su obra apostólica después de la muerte.

 

En las Últimas Conversaciones son numerosos los textos que manifiestan este deseo y convicción. El más conocido es éste: "Presiento que voy a entrar en el descanso... Pero presiento, sobre todo, que mi misión va a empezar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito. Si Dios me escucha, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra..." (UC 17 de julio; cfr. CRG 4,28).

 

Conviene también recordar otra promesa suya, que se ha hecho muy popular, pronunciada un mes antes. El hecho sucedió así: su hermana le dijo: "Qué pena sentiremos cuando nos dejéis", y ella le replicó: "¡Oh, no, ya lo veréis! Será como una lluvia de rosas" (UC 9.6.2).

 

En cierta ocasión, al leerle sor Genoveva algunas consideraciones sobre la felicidad en del cielo, la enferma la interrumpió con estas palabras: "No es eso lo que me atrae. ¡Oh, es el amor! Amar, ser amada y volver a la tierra para hacer amar al Amor" (UCG 4, p.1004).

 

5. Patrona de las misiones

 

Todo esto: su deseo de continuar en el cielo ejerciendo su misión, su apostolado, sus sorprendentes intuiciones sobre el amor y la misericordia de Dios, su doctrina de la pobreza espiritual y de la confianza, ha despertado la simpatía y la devoción hacia ella. Su persona atrae tanto como su doctrina. Muchos miles, millones de fieles, sobre todo entre los misioneros y misioneras y los fieles de sus nuevas cristiandades, los que han sentido de alguna manera el efecto de su presencia y acción, la consideran como una compañera más, una colaboradora extraordinaria, que no se aleja nunca de su lado. Ya había prometido a uno de sus hermanos misioneros: "estaré muy cerquita de él, veré todo lo que necesita, y no dejaré descansar a Dios hasta que me dé todo lo que deseo" (Ct 224; cfr. Ct 225 y 231). Ella necesitaba un Dios cercano. Ahora ella es una Santa cercana. Sus intervenciones son innumerables.

 

Esto movió a muchos misioneros y misioneras a pedir, por mediación de sus obispos, que la declarara Patrona suya. El Papa Pío XI, que también la sentía muy cerca, según confesión suya, accedió a su demanda, que le pareció justa y oportuna.

El día 14 de diciembre de 1927 la declaró "Patrona principal, junto con san Francisco Javier, de todos los misioneros y de todas las misiones del mundo entero".

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