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LA GRATUIDAD DE LA SALVACIÓN

1. A la conquista de la santidad

 

Nosotros, instintivamente, queremos ganarnos lo que deseamos. Para eso están nuestras facultades, nuestras fuerzas. Lo que adquirimos por nuestro trabajo y por nuestros méritos ya nos pertenece, es verdaderamente nuestro. Podemos estar satisfechos de ello y disfrutar plenamente de su posesión.

Esto ocurre también en el terreno espiritual con la salvación y la santidad: hay que ganarlas, hay que conquistarlas. Así nos parece y así nos gustaría. Teresa pensó durante mucho tiempo en ganarse, a fuerza de brazos, la gloria, a la que se sentía destinada y por la que suspiraba. Pronto cayó en la cuenta de que la gloria, que le aguardaba, consistiría en llegar a ser una gran santa, y que esa santidad estaba a su alcance, pues se sentía con fuerzas y ánimo suficientes para el proyecto.

 

Emprendió el viaje con valentía. "La santidad hay que conquistarla a punta de espada", escribe a su hermana Celina citando una frase del R Pichón (Ct 65). Sus grandes aspiraciones y ansias afloran por todas partes. "Encontré el otro día una frase que me gustó mucho... No soy perfecto, pero quiero llegar a serlo." (Ct 24)

 

A Celina le escribe: "Jesús te pide TODO, TODO, TODO, como se lo puede pedir a los más santos" (Ct 32). Algo más tarde, la M. María de Gonzaga le indica: "Tenéis que ser una segunda santa Teresa." La novicia aspira a una santidad sin límite: "Lo que ella (Celina) tal vez ignora es el amor que Jesús le tiene, un amor que le pide todo. Nada hay que pueda serle imposible, no quiere poner límite a la santidad de su lirio... ¡Su límite es no tenerlo!" (Ct 58 y 86; CG p.533). Estas frases expresan sus propias aspiraciones y esperanzas.

 

Pone muy en serio las manos en la empresa. Para llevar a término esta conquista se sirve de los medios que la vida le depara: los sufrimientos, las humillaciones, hasta las penas del alma, como son "las arideces, las angustias y las frialdades aparentes" (Ct 73).

 

El combate que tiene que sostener es duro. Las humillaciones le hacen sufrir mucho. Tanto las espirituales como las que recibe de las criaturas. Quiere ser como un grano de arena, que es pisoteado y, lo que resulta aún más duro, olvidado (Ct 8).

 

Esta imagen del "grano de arena" aparece constantemente en la correspondencia con sus hermanas, prácticamente desde su entrada en el convento hasta la profesión (Ct 27.28.51.59.62.67.81.84.85; Or 2).

 

Están también los alfilerazos de todo género: los espirituales, los que provienen de Jesús, por la sequedad en la oración, y de los factores humanos de la comunidad (Ct 51).

 

Metida en esta lucha se mantiene sin desalentarse. Pero la vida así llevada se hace triste. Ya antes que ella se habían batido en este campo muchas otras religiosas, y habían llegado a resumir sus impresiones en aquel dicho, que corría por los conventos. "Si es duro vivir en el Carmelo, es dulce morir en él" (UC 13.7.5). La vida así entendida y soportada, resultaba realmente triste. Un auténtico valle de lágrimas. Se podría decir: "Vale la pena de vivir sin alegría por tener la alegría de morir sin pena".

 

Teresita con una nueva experiencia de Dios corregirá, hacia el fin de su vida, el dicho que habían aceptado muchas carmelitas (UC 13.7.5).

 

2. La iniciativa es de Dios

 

El apóstol san Juan dejó escrita una verdad muy importante: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (Un 4,10).

 

Dios es el que tomó la iniciativa y puso en marcha todo el proceso. Teresa, después de haber desarrollado todos esos esfuerzos, poniendo en acción cuantos recursos halló a su alcance, se dio cuenta, no sabemos en qué instante y circunstancia, de que hay que dejar a Dios actuar, llevar la iniciativa. Le pertenece.

 

Un día, sin más preámbulo, escribe a su hermana Celina: "El mérito no consiste en hacer mucho o en dar mucho, sino en recibir, en amar mucho. Se ha dicho que es mucho más dulce dar que recibir" (Hch 20,35), y es verdad; pero cuando Jesús quiere reservarse para sí la dulzura de dar, no sería delicado negársela. "Dejémosle tomar y dar lo que quiera, la perfección consiste en hacer su voluntad." La participación o cooperación de la criatura no consiste en mucho dar sino en aceptar el plan de Dios y ponerse a su disposición. Lo único que tenemos que hacer es "complacer a Jesús, cautivarle el corazón. No hay que hacer más que amarle, sin mirarse a sí misma, sin examinar demasiado los propios defectos" (Ct 121).

 

Además, como ya indicaba san Juan, la obra de Dios empieza por perdonarnos los pecados, pues somos, podemos decir, en realidad, pecadores por naturaleza, pues venimos a la existencia con el pecado original, y luego tenemos que desenvolvernos en una atmósfera de pecado. Esto es algo que Teresa comprendió muy bien.

 

¿Cómo hay que aceptar los designios divinos? El punto fundamental de esta cuestión es el reconocer que la salvación y la santidad son obras o dones divinos, y que nuestra colaboración consiste en aceptarlas con humildad y gratitud.

 

Es esta verdad básica de la fe cristiana una de las que mejor comprendió y en las que más profundizó Teresa. Yo creo que constituye el eje de toda su espiritualidad. Todo lo demás gira en torno a él.

 

3. Planteamiento del problema de la salvación gratuita

 

Ya hemos recordado y expuesto que el atributo divino que más poderosamente llamó la atención de la Santa y el que mejor comprendió ella es el de su "Misericordia infinita."

 

Ante este Dios, misericordia infinita, la actitud que ha de tomar la criatura humana es la de reconocer y aceptar con humildad y dulzura, sin rebeliones, la propia pequenez e impotencia, y dejar a Dios que actúe en ella y la salve. "Si alguno es pequeño, que venga a mí" (Prov 9,4).

 

Ya tenemos expuestas las líneas generales del tema:

¿Cómo nos ofrece Dios la salvación?

¿Qué actitud hemos de tomar ante la oferta?

¿Cómo tenemos que aceptarla?

 

Veamos cómo se hace este planteamiento en el Evangelio y en San Pablo tal como lo vio y comprendió la Santa.

 

a) En el Evangelio

 

1) El texto en el que más clara y directamente se hace el planteamiento de la justificación o la salvación gratuita, es la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14).

 

El fariseo cree poder conquistar la justificación con sus obras: el cumplimiento de los mandamientos de la ley, que no menciona, pues se supone, las obras de supererogación, que le producen una impresión de autosuficiencia y de seguridad delante de Dios. Se diría que el Señor queda en deuda con él. El publicano no posee obras buenas para presentarlas ante el Señor, y por tanto no dispone de más recursos que el de la misericordia. Pues bien, este último, tan pobre, fue aceptado y justificado por Dios, y no el primero.

 

A Teresita le encanta esta parábola. La cita varias veces en sus escritos (C 6r. 36v; Estampa 1; CRG 2.12). Se complace en repetir la oración del publicano. La tenía escrita en una estampa que llevaba en el breviario. Le gustaba identificarse con ese pobre pecador (UC 12.8.3; C 6r. 36v; CRG 2.12).

 

2) Recibir el Reino de Dios como los niños (Le 18,15). El niño es el que no tiene derechos y está totalmente pendiente de la bondad y del amor de sus padres. Recibe todo como puro don (Cfr UC 6.8.8).

 

3) La parábola de los dos hijos: "Os aseguro que los publícanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino" (Mt 21,31). Los grandes pecadores reconocen más fácilmente sus culpas y se humillan. Los que tienen pecados más sutiles de soberbia espiritual los descubren más difícilmente. Teresita no cita esta parábola. Tal vez porque no entendía los términos (Cfr. María de la Trinidad. Cuaderno rojo, p. 50-51 y PA p.479).

 

4) Servir con humildad: "De igual modo, vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandando, decid: Somos pobres siervos; hemos hecho lo que debíamos hacer" (Le 17,10) (UC 23.6; CRG 2.46).

 

5) Quedarse en el último lugar, pues no debemos creer haber merecido ninguno (Le 14, 7-11) (C 36v; Ct 215).

 

6) Los obreros de la undécima hora. Esta parábola hacía sus delicias. (Cfr Mt 20, 1-16) (CRG 6.38).

 

7) La pecadora humilde y agradecida (Le 7, 36-39) (A 38v; C 36v; Ct 201. 220; P 17,12).

 

Copió varios textos del Evangelio referentes a los niños en las estampas 5 y 6 (CRG 2,34). Todos estos textos hacen referencia al carácter gratuito de la redención y de la santidad.

 

Cuanto más débil y pobre se siente el hombre, más fácilmente se entrega a la acción del amor misericordioso.

 

Según sor Genoveva, decía: "Mis protectores del cielo y mis privilegiados son los que lo han robado, como los santos inocentes y el buen ladrón. Los grandes santos lo han ganado por sus obras; pero yo quiero imitar a los ladrones, quiero obtenerlo por astucia, una astucia de amor que me abrirá la entrada a mí y a los pecadores" (Estampas 5 y 6, en OC p.998-999).

 

Los textos que más repetía según su hermana, son: "El que se haga pequeño como un niño, es el más grande en el Reino de los Cielos" (Mt 18, 4).

"Jesús abrazaba a los niños después de haberlos bendecido" (Me 10, 16).

"Si no os hicierais como niños, no entraréis en el Reino de los Cielo (Mt 18, 3).

"Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos." (Le 18, 16).

"El que no reciba el Reino de los Cielos como un niño, no entrará en él" (Le 18, 17).

 

b) Planteamiento de San Pablo

 

Teresa llevaba consigo, y leía asiduamente los Evangelios, pero no así las Cartas de San Pablo. Por eso, las cita poco. Probablemente no comprendió el gran problema, que a ella le preocupó tanto, de la gratuidad de la salvación, en los términos en que lo presenta el Apóstol de los Gentiles.

Pablo, fariseo convertido al cristianismo, percibió en toda su hondura y planteó de una manera radical, el problema del carácter gratuito de la salvación o justificación. Ya Jesús lo había expuesto claramente al presentar su mensaje en confrontación con el de los fariseos. Pablo, que había pertenecido a esa escuela y compartido sus opiniones, comprende su transcendencia y expone con gran fuerza y claridad esta doctrina, que él llama de la "justificación por la fe sin las obras de la ley" (Rm 3,28)

 

El apóstol plantea el problema en estos términos: Toda la humanidad es pecadora: "gentiles y judíos nos hallamos bajo el pecado" (Rm 3,10) Pero Dios no abandona a la humanidad, no se desentiende de ella. Mantiene su proyecto de salvarla.

 

Pablo trata de explicar este tema tan difícil. ¿Por qué y para qué permitió Dios el pecado del hombre, o mejor, por qué lo creó en tal condición, que no pudiera menos de pecar? Pronuncia esta frase rotunda: "Pues Dios encerró a todos en la rebeldía para usar con todos de misericordia" (Rm 11,32); y en otro lugar: "Pero, de hecho, la Escritura encerró todo bajo el pecado, a fin de que la Promesa fuera otorgada a los creyentes mediante la fe en Jesucristo" (Gal 3,22). Y aún insiste: "Por él (Cristo) perdí todo y todo lo estimo basura, con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe." (Flp 3,9). Todos somos pecadores. Es la gran y fundamental verdad. Nadie puede presentarse ante Dios con exigencias, ya que nadie tiene derechos que exhibir. El nos salva en virtud de su misericordia y no por nuestros méritos. Esta es la justicia gratuita, que Dios nos ofrece por la mediación de Cristo.

 

El pueblo judío, guiado por los fariseos religiosos, no quiso reconocer, que ellos no se habían ganado la elección y la justificación y que la tenían que aceptar como fruto de la misericordia divina, que perdona y da gratis. El Apóstol llega a asegurar que fue esta cuestión la que determinó la actitud de rechazo de la persona y del mensaje de Jesús por parte de los hijos de Israel (Rm 10,1-4). Según esta interpretación, o mejor, esta experiencia del ex-fariseo Pablo, la parábola del fariseo y el publicano marcaría perfectamente la línea divisoria entre los que rechazan la oferta de salvación que hace Dios por mediación de Jesús y los que la aceptan. Concretamente, entre los orgullosos y los humildes.

 

Teresa copió un día, y, según su hermana, repetía con cierta frecuencia, este texto del Apóstol: "Dichoso aquél a quien Dios otorga la justificación prescindiendo de sus obras, pues al que hace un trabajo el jornal no se le cuenta como un favor sino como algo debido... y los que no hacen un trabajo son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cuyo autor es Cristo Jesús" (Rm 4, 4-6) (Estampas 5 y 6; CRG 2.30).

Estos textos los aplicaba, sobre todo, a los niños. Y ella quería beneficiarse de sus privilegios. A los pobres y a los pecadores no les queda otro recurso. Era esa la sabiduría o "astucia" que le había enseñado el Espíritu Santo (Cfr. CRG 2.34).

 

c) El planteamiento de Teresita

 

Ya vimos que la Santa constató su impotencia e incapacidad para llegar a la santidad, para conquistarla, pues ella no se plantea el problema de la salvación sino el de la santidad, que es el que a ella le preocupa

 

Se da cuenta de que Dios ha dado a entender que para ser acogido por él hay que hacerse pequeño, pues es a los que son tales a quienes Dios recibe, acaricia y perdona. (Cfr. B 1 r; C 3r; Estampas 7 y 9).

 

Comprendió el sentido profundo que encierran las escenas y frases del Evangelio referentes a la predilección de Dios por los pequeños y los pobres. Vio la necesidad de tomar esa actitud para ser acogido por él (Ct 203).

 

Penetró profundamente el significado de este personaje creado por Jesús: El publicano de la parábola. Le fascinaban su oración y su gesto de quedarse atrás humildemente (Cfr. C 36v).

 

En su última enfermedad, con ocasión de recibir la comunión, escucha recitar por ella el "Yo pecador..." profundamente conmovida. "Al igual que el publicano, me sentía una gran pecadora" (UC 12.8.3).

 

Dios es misericordioso

 

Ha comprobado, con una lucidez y seguridad extraordinarias, que Dios es misericordioso, que su atributo principal es su "misericordia infinita" y que el hombre ha sido creado para ser objeto de esa misericordia. Por esa razón, ella se ofrece como víctima al Amor misericordioso (A 84r).

La Santa no se contenta con percibir con verdad abstracta la misericordia de Dios y nuestra condición de pecadores. Todo creyente debe comprender esa situación y entrar vitalmente en su juego. Con eso se resuelve el gran problema de la angustia del hombre, el de sentirse sumergido en un estado de desesperación sin salida. Se le abre el gran horizonte de luz y felicidad.

 

Teresa va más adelante que el Apóstol de los gentiles. Este afirma escuetamente que Dios no nos abandona, que se ha decidido a salvarnos por su misericordia. En consecuencia hay que humillarse y aceptar el procedimiento del que todo lo hace según su beneplácito (Cfr. Ef 1,5). Exige humildad.

Esta doctrina nos causa la impresión de que Dios se complace, sencillamente, en humillarnos. Así lo han entendido no pocos, y han rechazado el mensaje cristiano de la salvación, porque les parece que aniquila al hombre.

 

Teresita se deja llevar por su intuición, esa intuición que llega tan lejos. Le parece que es normal y digno de Dios la conducta que él observa o el procedimiento que ha escogido, de crearnos pobres, condenados prácticamente a pecar, y luego venir a buscarnos. Y que cuanto más pequeños e impotentes nos veamos mejor atraeremos su atención y su amor. Se convence de que Dios tiene una especie de necesidad de ejercitar su Misericordia con los hombres pecadores. De ningún modo pretende ni viene a humillarnos. Es, más bien, él quien se humilla.

 

El abajamiento de Dios

 

Teresa descubre que Dios es amor, y es Amor Misericordioso. Basándose en la experiencia humana, le parece que el amor más auténtico, el más refinado es el que se ejerce abajándose, humillándose, perdonando. Atendamos a su explicación: "No soy más que una niña, impotente y débil. No obstante, es esta misma debilidad la que me inspira la audacia de ofrecerme como víctima a tu amor, ¡Oh, Jesús! Pero a la ley del temor ha sucedido la ley del Amor, y el amor me ha escogido a mí, débil e imperfecta criatura... ¿No es acaso digna del amor esta lección? Sí. Para que el amor quede plenamente satisfecho, es necesario que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada" (B 3v).Según nuestra experiencia, el amor se manifiesta en toda su dimensión cuando se humilla, cuando se abaja. Por eso puede decir, que "lo propio del amor es abajarse" (A 2v). Lo propio del verdadero amor, como es el que Dios nos tiene. Dios no es paternalista que nos ayuda sin bajarse de su posición de superior sin compartir nuestra condición. Cede, se humilla, perdona. Quiere vivir y cultivar el amor en esta modalidad de misericordia.

 

Dios se complace en el débil

El hombre débil y pecador es el lugar de acción apropiado para él. Con seres perfectos, como las Personas de la Trinidad no puede ejercitar el Amor Misericordioso. Sin el hombre pecador le sería imposible desarrollarse plenamente como Amor, pues le faltaría esta modalidad, la de la Misericordia.

Ya hemos recordado cómo decía a su hermana Celina: "Hasta podría crear almas más perfectas, que no tuviesen ninguna de las debilidades de nuestra naturaleza. Mas no: él cifra sus complacencias en las pobrecitas débiles y miserables... ¡Sin duda que esto le gusta más!" (CRG 2.21)

La Santa piensa que Dios no se contenta con amar a seres dignos. Encuentra una gran satisfacción en perdonar a nosotros, pobres criaturas.

Probablemente también en el cielo, lo que mejor comprenderemos de Dios y lo que más admirable va a aparecer a nuestras inteligencias será la manifestación, el ejercicio de su misericordia. Nuestra presencia de seres amados misericordiosamente, de hijos perdonados, constituirá una perenne "alabanza de su gloria" (Cfr. Ef 1,12).

 

Todo esto quizás rebase los principios de la metafísica griega. La Santa, por ignorancia, se ha hecho "muy audaz" (C 34v). Expone sencillamente lo que siente, lo que experimenta.

 

Tomado a la letra, este planteamiento pudiera aportar algo de luz sobre el motivo de nuestra creación y de nuestro destino. Dios es misterioso. No nos revela más que lo que necesitamos para llevar nuestra vida de creyentes. Pero de cuando en cuando, sirviéndose de los "pequeños y sencillos" deja traslucir algo de su propio misterio. A ellos se dirigió, o más exactamente, fueron ellos, los pobres, los que le comprendieron y le siguieron cuando actuaba en este mundo (Cfr. Mt 11,25; Le 10,21). Otros, en cambio, al constatar la manera suave, humilde, comprensiva y misericordiosa de su proceder, lo despreciaron y lo desecharon. A estos les dice: "¡dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11,6).

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