
Carmelitas Descalzos Karmeldar Oinutsak
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Provincia Nafarroako San Joakin
San Joaquín de Navarra Probintzia

AMAR ES COMPROMETERSE
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1. El camino del amor
El camino del amor y de la confianza parece muy fácil. Causa la impresión, por lo menos a primera vista, de que no exige esfuerzo, de que basta dejarse arrastrar. Así lo han interpretado no pocos. Teresa se dio cuenta de que "su caminito", si no se presentaba y entendía bien, se podía prestar a interpretaciones erradas y desorientar y extraviar a los que intentaban tomarlo. Ya había ocurrido algo semejante con la teoría de san Pablo sobre la "justificación por la fe sin las obras de la ley" (Cfr Rom 3,8; 6,1-11).
Una de sus novicias tenía la intención de exponerla a sus familiares y amigos. La Santa le advirtió: "Tenga mucho cuidado al explicarles, pues el "caminito" mal comprendido puede interpretarse como quietismo e iluminismo. Me explicó estas doctrinas que yo ignoraba. Recuerdo que me citó a la señora Guyon como hereje. Y me añadió: no se crea que seguir el camino del amor es seguir un camino de descanso, lleno de dulzuras y consuelos. Es todo lo contrario. Ofrecerse como víctima al Amor es entregarse sin reservas al beneplácito divino, disponerse a compartir con Jesús sus humillaciones y su amargo cáliz" (PA p.480).
Es cierto que a Teresa le gustaba la libertad, pero sabía amar de veras y se daba cuenta de lo que esto significa y conlleva. Esta expresión de "amar" o el sistema que todo lo reduce a esta actividad o ejercicio, puede tomar un sentido banal o superficial, como ocurre con cierta frecuencia. Pensamos en un sentimentalismo que pasa rápidamente y no influye apenas en nuestra conducta. Pero el amor verdadero une al amante con la persona amada, hace que le busque por todos los medios y que trate de complacerle, de hacerle feliz.
Teresa comprendió muy bien que Dios la amaba. Ante este amor no podía permanecer insensible. Había que reaccionar. Encontró en san Juan de la Cruz, el Doctor del amor, unas frases muy adecuadas para contemplar lo que tenía que hacer. "El amor sólo se paga con amor" y "las heridas de amor sólo se curan con amor" (Cant. Esp. Est. 9y 11). Ella, por su parte, crea una frase, que expresa perfectamente su programa o pretensiones: "Amarte como tú me amas" exclama (C 35r).
Responder a Dios
La Santa contempla la vida del creyente, la perfección, en sentido teologal, en categoría de relaciones de amor. Dios me ama y yo tengo que responder amándole. Es que el amor siempre exige una repuesta de amor. El amor, por su naturaleza, es una relación mutua, y el amor que Dios nos tiene, no puede dejar de tener esta exigencia.
Si causa la impresión de que se trata de algo muy sencillo y fácil, es que es posible y está al alcance de todos. Todas las personas, de hecho, pueden amar y están destinadas a amar. Sor Teresa, que se siente pequeña, pobre e impotente, no pierde el ánimo. Se cree capaz de amar, de amar a Dios como nadie le ha amado (Cfr. Ct 51). Lo que le parece que no está a su alcance es la realización de las grandes y brillantes obras. Por ello procurará encontrar otro camino. Pero nunca renuncia a sus grandes aspiraciones de amor, de santidad.
La sencillez del camino
Muy pocos meses antes de su muerte declara: "Sabéis, Madre mía, que siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuantas veces me comparo con los santos, siempre he comprobado que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en los cielos y el oscuro grano de arena, que pisan, a su paso, los caminantes... Pero quiero hallar el modo de ir al cielo por un caminito recto, muy corto, por un caminito totalmente nuevo" (C 2v).
Un año antes, escribía a su hermana Leonia: "Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que tú crees. Se contenta con una mirada, con un suspiro de amor... En cuanto a mí, la perfección me parece muy fácil de practicar, porque he comprendido que no hay que hacer más que ganar a Jesús por el corazón... Sepamos, pues, retener prisionero a este Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que es un cabello lo que puede obrar este prodigio, nos manifiesta que nuestras más pequeñas acciones, hechas por amor, son las que cautivan su corazón. ¡Ah, si hubiese de hacer grandes cosas, cuánto se nos debiera compadecer!... ¡Pero qué felices somos, puesto que Jesús se deja encadenar por las más pequeñas... Me parece que si nuestros sacrificios son cabellos que aprisionan a Jesús, nuestras alegrías lo son también; por eso, basta con no encerrarse en una felicidad egoísta, sino ofrecer a nuestro Esposo las pequeñas alegrías que él siembra en el camino de la vida, para que nuestras almas se sientan embelesadas y elevadas hasta él..." (Ct 171; cfr. Ct 229).
Ya mucho antes comunicaba a su hermana: "¡Oh.Celina, qué fácil es complacer a Jesús, cautivarle el corazón! No hay que hacer más que amarle sin mirarse a una misma, sin examinar demasiado las propias imperfecciones" (Ct 121). Acerca de la sencillez del camino escribe a un misionero: "Cuando leo ciertos tratados espirituales en los que la perfección viene presentada a través de mil intrincadas dificultades, rodeada de una multitud de ilusiones, mi pobrecito espíritu se fatiga muy pronto, cierro el docto libro que me rompe la cabeza y me deseca el corazón, y tomo en mis manos la Escritura Santa. Entonces, todo me parece luminoso, una sola palabra descubre a mi alma horizontes infinitos, la perfección se me hace fácil; veo que basta reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios" (Ct 203).
Con estas expresiones tan sencillas expone todo un modo de proceder. Siempre en clave de amor, pero con unas exigencias muy radicales. Cuando más amada y entusiasmada se siente porque Jesús la ha elegido a ella como víctima, como destinataria de su amor, más se preocupa de cómo ha de reaccionar, de cómo debe corresponder. Inmediatamente exclama: "¡Oh. Jesús! Sé que amor sólo con amor se paga. Por eso, he buscado, he hallado el modo de desahogar mi corazón devolviendo amor por amor". Se comprende que la única riqueza que pide a los santos sea precisamente la posibilidad de corresponder satisfactoriamente a Jesús. "Lo que pide (la niña) es amor. No puede hacer más que una cosa: ¡amarte, oh Jesús! Las obras deslumbrantes le están vedadas. No puede predicar el Evangelio, ni derramar su sangre... Pero, ¿qué importa? Sus hermanos trabajan en su lugar, y él, como un niño pequeño, se queda muy cerca del trono del rey y de la Reina, y ama por sus hermanos que luchan. Pero ¿cómo podrá demostrar su amor, si es que el amor se demuestra con obras?
Arrojar flores
Pues bien, el niñito arrojará flores, y cantará con voz argentina el cántico de amor ¡Oh, Amado mío, así es como consumirá su vida... No desperdiciando ningún pequeñito sacrificio, ninguna mirada. Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante de tu trono. No encontrará ni una sola en el camino, que no deshoje para ti... Cantaré cuando tenga que coger las flores entre espinas" (B 4r-v;C35r;Ct 196; P 32).
Sigue exponiendo cómo ayudará con esos actos de amor a la Iglesia, a los misioneros, etc. El mismo Jesús advierte cómo se debe practicar el amor. "Si alguno me ama, guardará mi palabra". La Santa había escrito ya a Celina: "Guardar la palabra de Jesús, he aquí la única condición para nuestra felicidad, la única prueba de nuestro amor a él" (Ct144).
Otra idea, muy fundamental, que repite con frecuencia es que Jesús nos ha amado con locura, y nuestra respuesta de amor debe alcanzar la misma medida (A 52v; 82v; 83v; B 5v; Ct 61. 72. 74. 148. 202; P 17,13; 22,26). "Los más bellos pensamientos no son nada sin las obras" (C 19v).
Después de enumerar una serie de actos de caridad y de vencimiento que había obrado, termina diciendo a la M. Priora: "Ya veis, Madre mía, que soy un alma pequeñita, que no puede ofrecer a Dios más que cosas pequeñitas. Y aún me sucede, a veces, dejar escapar algunos de estos pequeños sacrificios que dan al alma tanta paz. Pero no me desaliento por eso; me resigno a tener un poco menos paz, y procuro más cuidado la próxima vez" (C 31 r). Lo importante es mantenerse siempre en esa actitud de alerta de procurar aprovecharse de todas las ocasiones... Además, es de suma importancia no desalentarse por los fallos, por los descuidos, no darse nunca por vencido, "no quemarse Celina... tal vez creerás que hago siempre lo que digo. ¡Oh, no soy siempre fiel! Pero no me desanimo nunca, me abandono en los brazos de Jesús" (Ct 122).
En la misma carta, citando a nuestra Madre santa Teresa, enseña cómo hay que mantener siempre vivo el fuego del amor. Cuando no hay leña, cuando se carece de oportunidades atrayentes o falta el ánimo, no hay que replegarse. Veamos cómo se comporta la Santa: "Cuando no siento nada, cuando soy incapaz de orar, de practicar la virtud, entonces es el momento de buscar pequeñas ocasiones, nadas, que agradan a Jesús más que el imperio del mundo, más aún que el martirio sufrido generosamente. Por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable cuando tendrías ganas de callarte o de demostrar un semblante serio o enojado...Y cuando no tengo ocasiones, quiero, al menos, decirle con frecuencia que le amo" (Ib.).
No se trata de realizar algunos actos mecánicamente. Percibe el sentido profundo que tiene la vida de cada día cuando se la toma a la luz de la fe, o sea, como una misión encomendada por Dios, por muy sencilla y oscura que parezca. Teresa llegará a decir que lo que a ella le gusta es "la monotonía del sacrificio" (Ct 81). Allí encuentra suficiente materia para mantener vivo el fuego del amor. A las novicias les decía que no había que procurar hacer la vida cómoda, sino aceptar todos los sacrificios que exige el llevar debidamente la observancia y el ritmo cotidiano de la vida conventual (Cfr. CRG 5,5).
2. Vivir de amor
Compuso una preciosa poesía, la preferida por su hermana sor Genoveva, titulada: "Vivir de amor". En cada estrofa expone un pensamiento. Al referirse a la generosidad con que hay que portarse con el Dios-Amor, canta:
"Vivir de amor es darse sin medida, sin reclamar salario aquí en la tierra. ¡Ah, yo me doy sin cuento, bien segura de que en amor el cálculo no entra! Lo he dado todo al corazón divino, que rebosa de ternura. Nada me queda, ya corro ligera. Ya mi única riqueza es y será para siempre: ¡vivir de amor!" (P 17,5; cfr. 17,13).
En la última poesía que escribió en Mayo de 1897, en honor de la Virgen, se expresa de esta manera: "amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo" (P 44,22).
El amor, para Teresa, tiene que ser gratuito, sin exigir ni esperar compensación alguna, generoso, sin reservarse nada ni calcular. Así entiende ella y trata de llevar su vida de amor. Lo tiene presente constantemente. Esta preocupación aparece repetidas veces en sus escritos y conversaciones (Cfr. Ct 121; P 27,2.6; 30,5; 32,3; Or 1; UC 9.5.3). En las ultimas conversaciones y en algunos testimonios se constata bien claramente con qué generosidad intentaba corresponder al amor de Jesús. Afirmó: "Dios tendrá que satisfacer todos mis caprichos en el cielo porque yo no he hecho nunca mi voluntad aquí en la tierra" (UC 13.7.2; cfr. P 37,2; UC 14.7.3; CRG 5,37).
La M. Inés nos ha conservado esta confidencia de su hermanita: "Madre mía, este camino de la infancia espiritual es el camino de la confianza y del abandono. Quiero enseñarles los pequeños medios que me han dado tan buen resultado: decirles que aquí abajo sólo hay una cosa que hacer: echar a Jesús las flores de los pequeños sacrificios, ganarle con caricias. Así le he ganado yo y por eso seré bien recibida" (UC 17.7; cfr. UC 4.9.1).
La vida sencilla, oculta, tiene que ser una manifestación continua de amor. Hay que luchar incesantemente para vivir esa entrega. Al final aparecerá lo que se ha producido y estaba oculto. La Santa escribe en un billete para animar y estimular a una religiosa: "El martirio más doloroso, el más amoroso, es el nuestro, porque sólo Jesús lo ve. No será revelado a las criaturas en la tierra; pero cuando el Cordero abra el libro de la vida, ¡qué admiración en la corte celestial al oír proclamar juntamente con el de los misioneros y el de los mártires el nombre de unos pobrecitos niños, que nunca hicieron cosas deslumbrantes!" (Ct 195; cfr. Ct 196; CRG 6,6).
Es muy famosa e intrigante esta frase que se le ha atribuido, y parece que con fundamento: "Desde la edad de tres años comencé a no negar a Dios nada de lo que me pedía" (UC, I p.644). Su hermana Genoveva la formula de una manera más contundente: "Desde la edad de tres años no había negado nada a Dios" (PA 2417; UC I, p.447). Su prima, sor María de la Eucaristía, recuerda que le confesó: "no recuerdo haber negado nada (a Dios) de lo que me pedía" (UC I, p.717). El trabajo mismo lo tomaba como algo que Dios le pedía. Por eso, era tan diligente en ejecutar sus oficios y quehaceres con esmero y precisión. Nunca estuvo ociosa. Jamás se le veía perder un minuto (PA 186). Estando ya muy enferma, dijo a su hermana: "Necesito tener siempre algo que hacer. De esta manera no estoy preocupada y no pierdo el tiempo" (UC 18.5.3). Pero hizo también a las monjas esta advertencia: el trabajo no debía obsesionarlas. Se debe trabajar con desprendimiento (Cfr. UC 14.7.1; 11.8.1; CRG 3,26). Incluso la redacción del Manuscrito C lo consideraba como un quehacer obligatorio. No se permitía dispensa alguna más que en los días en que la comunidad tenía fiesta (UC 25.6.2).
3. La generosidad
Una de las cosas que le hacían sufrir era constatar la falta de generosidad, no solamente en los cristianos en general sino también en las personas consagradas. El gran descubrimiento que realizó durante su peregrinación a Roma fue el darse cuenta de que los sacerdotes tenían necesidad de ayuda espiritual para cumplir debidamente con su misión (A 56v).
Y en sus últimos días, una de las penas que experimentaba era la de comprobar que muchas religiosas no llevaban la vida con la debida entrega. Decía a su hermana: "Ah, qué pocas son las religiosas perfectas, las que no hacen nada de cualquiera manera y poco más o menos diciéndose a sí mismas: A fin de cuentas no estoy obligada a eso. No hay mayor mal en hablar así, en darme gusto en esto. ¡Qué raras son las que todo lo hacen lo mejor posible!" (UC 6.8.5). Al día siguiente exclamaba apenada: "Oh, qué poco amado es Dios en la tierra aun de los sacerdotes y religiosos! No: Dios no es amado"... (UC 7.8.2).
Compuso, o mejor, acomodó para su uso una oración dirigida al Padre eterno, y la llevaba en el breviario para recordarla y rezarla. Este es el texto: "Padre eterno, puesto que me habéis dado por herencia la Faz adorable de vuestro divino Hijo, yo os la ofrezco, y os pido en cambio de esta moneda infinitamente preciosa, que olvidéis las ingratitudes de las almas que os están consagradas" (Or 4). El hecho de que tuviera presente en el breviario esta oración y la recordara y repitiera frecuentemente demuestra la preocupación que tenía por esa cuestión de las infidelidades de las almas consagradas.
Sor Genoveva recuerda lo que les enseñaba: "El amor da todo y se entrega. Pero muchas veces no damos sino despues de deliberar; vacilamos en sacrificar nuestros intereses temporales y espirituales. Esto no es amar. El amor es ciego, es un torrente que no deja nada a su paso" (CRG 3,10; cfr. CRG 2,39; 2,46; 2,51).
4. Amor, que es agradecimiento al amor misericordioso
Ya hemos visto que Teresa comprendió lo que significa el Amor misericordioso de Dios, ese amor que le llevaba a abajarse en la Encarnación y ahora le hace abajarse, humillarse al acercarse a nosotros, al perdonarnos. Este amor exige de por sí una respuesta de agradecimiento. "Amor y gratitud" es la expresión que encantaba a la Santa, y que aflora constantemente a sus labios y a su pluma.
Aquí se plantea un problema que le inquietó durante algún tiempo. Por lo menos le preocupó. No sabemos en qué grado y durante cuánto tiempo.
¿Quién ama más?
Había oído que "no se ha encontrado todavía un alma inocente que haya amado a Dios más que un alma arrepentida" (A 38r). En el Evangelio leía las palabras de Jesús: "Sus pecados, que eran muchos, se le han perdonado; por eso muestra tanto amor; en cambio, al que poco se le perdona, poco tiene que agradecer" (Le 7,47).
De hecho, en el Evangelio, los que se creían justos no muestran mucho amor a Jesús. Causan la impresión de que poco tienen que agradecer a Dios. En cambio, los convertidos, como la mujer pecadora (a quien Teresa identifica con la Magdalena, y con María, la hermana de Lázaro y Marta), luego Zaqueo (Le 19,1-10), y a última hora, el buen ladrón (Le 23,39-43), le mostraron un amor sincero, agradecido.
Teresa, que se encuentra entre las almas inocentes, no quiere ser menos que las arrepentidas, y busca motivos para tener que estar agradecida a Dios. Quiere amarle incluso más que éstas. Esta pretensión le obsesiona: "¡Cuánto me gustaría desmentir esas palabras!".
Ella es una privilegiada, una mimada de Dios. Comprende que ha recibido más gracias que nadie, que es amada por él como no comprende pueda ser más ninguna otra alma: "Tal vez sea una ilusión, pero creo que no podéis colmar a un alma de más amor del que habéis colmado a la mía" (C 35r).
A los arrepentidos les ha perdonado Dios después de la caída. Ha ejercitado con ellos el amor misericordioso. A Teresa le ha manifestado su amor asistiéndole desde el principio, preservándola de la caída. Para explicar estos dos modos de proceder de Dios, pone el ejemplo del médico, que tiene dos hijos. Uno de ellos tropieza en una piedra, cae y se hace daño. El padre acude presuroso a atenderle. Le cura con amor. Luego, viendo que el otro hijo puede tropezar en la misma piedra, la retira con el fin de evitar su caída. Y la santa se pregunta: "este segundo hijo ¿no tiene tantos motivos como el primero para estar agradecido a su padre? ¿Va a pensar que a él le ama menos que al primero? De ninguna manera. Muy al contrario, debe amarle más. "Pues bien, yo soy esta hija, objeto del amor preveniente de un Padre, que no ha mandado a su Verbo a rescatar losyusfos, sino a los pecadores. El quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que le ame mucho, como a santa Magdalena, sino que ¡ha querido hacerme saber con qué amor de inefable prevención me ha amado él a fin de que yo ahora le ame con locura" (A 39r; cfr. A2v;3v; C 35r; Ct201).
Probablemente este tema le interesa, no sólo por ella misma, sino también por las demás religiosas, las cuales, en su mayoría, pertenecían a esta categoría de almas que han llevado desde niñas una vida inocente, más o menos piadosa. Quiere que se den cuenta de cuánto deben a Dios, de qué motivos tienen para amarle más que nadie.
Durante este mismo año, 1895, en una representación teatral, titulada: "Jesús en Betania", insiste en esta misma cuestión. Hay en esta obra unas estrofas que resumen perfectamente su pensamiento sobre este tema. Santa Marta, alma unocente y pura, se dirige a Jesús en estos términos:
"Señor, vos me habéis impedido caer, habéis protegido mi vida desde su aurora. Por tan grandes beneficios, ¿no debo yo amar?" Jesús responde: "Es gran verdad que un alma pura, obra maestra de mi amor, debería amarme sin medida y bendecirme siempre" (P 19,28-29).
Antes la saca a colación en la carta 109 y más tarde en la 201 y en la 220. Estas últimas ya en el año 1897.
Almas privilegiadas
Ya al principio del Manuscrito A da a entender que le llamaba la atención el modo de proceder de Dios con algunos santos realmente privilegiados, "a los que quiso acariciar desde la cuna al sepulcro, retirando del camino todos los obstáculos que pudieran impedirles elevarse hacia él, previniendo a estas almas con tales favores que no pudieran empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal" (A 2v). No cabe duda de que la Santa se encuentra entre estos últimos. Se considera a sí misma como una agraciada, una predilecta de Dios y encuentra motivos para estar agradecida a Dios. No son solamente los hijos pródigos, que han estado, durante algún tiempo, alejados de la casa y del trato familiar del padre, y que al regresar han sido acogidos con amor, quienes deben estar agradecidos a él. Los que han estado siempre a su lado han experimentado mejor su amor, su ternura, su cercanía. Por lo tanto, tienen por qué amarle y estarle agradecidos tanto o más (en el pensamiento de Teresa, más) que el que ha sido readmitido después de una penosa y triste ausencia. Ella, alma inocente, si las ha habido, se siente más motivada que nadie para amar a Jesús hasta la locura. Si está convencida de que ha sido amada como nadie, debe corresponder amando como nadie. Dios nos muestra su amor de diversas maneras: algunas más vehementes, como en las grandes conversiones, otras veces de un modo más suave, menos llamativo, a lo largo de toda una existencia, como ocurre con Teresa. El modo suave no significa menor intensidad. "Me parece que si todas las criaturas gozasen de las mismas gracias que yo, Dios no sería temido de nadie sino amado hasta la locura" (A 83v).
5. El martirio
"Amor por amor..., sangre por sangre, vida por vida" (Ct 111). El martirio fue una de sus grandes aspiraciones. En Roma, entre tantos monumentos, le llama la atención el Coliseo, el lugar donde derramaron su sangre los mártires (A 55v; 59v; 60v). "Allí, pisando la arena, en otro tiempo ensangrentada, pedí la gracia de ser también mártir por Jesús, ¡y sentí que era escuchada!" (A 61 r).
Le llaman la atención y la atraen de un modo especial los santos y santas mártires. En su tiempo, hubo muchos misioneros franceses que sufrieron el martirio. Esos jóvenes, que derramaban su sangre por Jesús en la primavera de su vida, la fascinaban. De las santas antiguas le atraía especialmente la mártir santa Cecilia. Le entusiasmaba su confianza ciega (A 61 v). Juana de Arco también encarna plenamente el ideal de la joven Teresa, como heroína guerrera, virgen y mártir (A 32r; P 11; RP 1 y 3). Entre los modernos, Teófano Venard ocupa un lugar destacado (Cfr. Ct 191. 218; P 38; UC 21-26. 5.1; 15.7.2; 10.8.1). Aún al final de su vida, sigue soñando. Exclama: "¡El martirio! he aquí el sueño de mi juventud. Ese sueño ha ido creciendo conmigo bajo los claustros del Carmelo" (Cfr. B 2v-3r).
Por estos mismos días, en que escribe estas páginas, le informan de que se están llevando a cabo las diligencias para elevar al honor de los altares a las 16 mártires Carmelitas de Compiégne. Sor Teresa se entusiasma. Ya mucho antes, en carta del 20 de Octubre de 1891, da a entender que contempla como posible su propio martirio por la virulencia del anticlericalismo del gobierno.
"Cuando una flor se abre, no hay más que cortarla, pero ¿cuándo y cómo cortará Jesús su florecita? Tal vez el color rosado de su corola indica que será por el martirio... Sí, siento renacer mis deseos. Tal vez Jesús tenga a bien, después de pedirnos, por decirlo así, amor por amor, pedirnos también sangre por sangre y vida por vida" (Ct 111; cfr. Ct 172).
Piensa seriamente en el martirio de sus "hermanos" misioneros y se lo desea. Al R Roulland le comunica su interés y amor por él en esta confesión: "Sabed, hermano mío, que si el Señor sigue escuchando mi oración, obtendréis un favor que vuestra humildad os impide solicitar. Este favor incomparable, ya lo adivináis, es el martirio... Después de haber dado a Jesús amor por amor, vida por vida, le daréis también sangre por sangre" (Ct 178; cfr. Ct 184. 203). Dos años antes de su muerte oraba así:
"Acuérdate, Jesús, Verbo de vida, que tanto me amaste que moriste por mí!</p><p>También yo quiero amarte con locura,</p><p>también por ti vivir y morir quiero yo. Bien sabes, oh Dios mío, que lo que yo deseo es hacer que te amen y ser mártir un día" (P 22,26).
Poco antes de su muerte, manifestaba cierta decepción al ver que iba a morir en una cama, ella que tanto había soñado en guerras y en martirios (UC 4.8.7). En la Santa aparecen constantemente sus grandes deseos y esperanzas, pero nunca deja de ser realista. Al menos, por largo tiempo. Sus sueños suelen ser pasajeros. Esto ocurre también con el tema del martirio.
Pocos meses después de entrar en el convento, escribe a su hermana sor Inés: "Al cordero y al corderito les es necesaria la palma de Inés: si no es por la sangre, que sea por el amor" (Ct 67).
El día de su profesión presenta a Jesús, en una oración sus aspiraciones, que marcan ya las líneas de fuerza, que van a regir toda su vida. Entre otras cosas desea y le pide: "Jesús, que muera mártir por ti, con el martirio del corazón o del cuerpo, o mejor, los dos" (Or 2). Por fin tendrá que ir resignándose a contentarse con el del corazón, pero el martirio, que expresaría adecuadamente toda la carga de amor, que ella lleva en su corazón, es, sin duda, el de la sangre.
Acepta su vida real y la va convirtiendo en martirio de gota a gota hasta que se consuma en la muerte de amor. Este martirio se realiza a través de la entrega generosa en la "monotonía del sacrificio", de la vida ordinaria. Principalmente en las oscuridades, en las arideces, en las penas del alma, que constituyen el verdadero sacrificio. La victima irá derramando gota a gota toda la sangre de su corazón (Ct 73; cfr. 74. 146. 148. 195.201).
El escudo de armas, que colocó al final del Manuscrito A, era para ella como la expresión gráfica y resumida de lo fundamental de su vida e ideales. Pintó en él un dardo de fuego con esta explicación: "... se ve el dardo inflamado del amor, que ha de merecerle la palma del martirio, en espera de que un día pueda dar verdaderamente su sangre por aquel a quien ama. Porque para responder a todo el amor de Jesús ella quisiera hacer por él lo que él hizo por ella" (A 85v).
"Morir de amor, dulcísimo martirio, y es el martirio que sufrir quisiera" (P 17,14). Al llevarle la comunión el día del Carmen, le cantaron esta estrofa. La enfermita la escuchó emocionada y, luego, dio a sus tíos cuenta de este acontecimiento (Ct 227). A sor María de la Trinidad le hizo esta confesión: Para ir al paraíso no cuento con la enfermedad, es una conductora muy lenta. No cuento más que con el amor" (Ct213).
Así iba acercándose a su ansiada meta: la muerte de amor. "A fin de vivir en un acto de perfecto amor... y que de esa manera llegue yo a ser mártir de vuestro amor, Dios mío... Me haga, por fin, morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de vuestro amor" (Or 1). Allí se sentirá plenamente amada, y amará a Dios con toda su capacidad de amor.