Ana María de Jesús Crucificado, primeras Promesas en la Orden Seglar de Santander.
El día amaneció con regalo de sol. Todos queríamos obsequiar a nuestra hermana Ana María con algún detalle y el Señor le presentó un hermoso día de final de verano, con una temperatura muy agradable, a modo de sonrisa, de guiño personal, para que ella supiera que el paso que iba a dar era muy del agrado del Amado.
Allí se fue llenando la iglesia del Carmen ese 14 de septiembre, unos porque son fieles de la parroquia y acudían encontrando tan bonita sorpresa, y otros, familiares, hermanos del Carmelo Seglar y amigos que también querían vivir en primera persona cada momento de esa mañana.
El Carmen santanderino se vistió de fiesta. La guitarra de nuestra hermana Mar Argos hablaba notas teresianas. Junto al altar, en un lateral, nuestra presidente – hermana Sandra L. Mendoza- acompañaba a quien iba a pronunciar sus primeras promesas.
Presidía la eucaristía, el Provincial P. Jon Korta, acompañado del P. Dámaso, asistente de la comunidad seglar, el P. Alejandro -prior- y el P. Ferney.
Después de proclamarse el Evangelio, el formador llamó a nuestra hermana y ella se hizo presente y dispuesta a comenzar una etapa formativa que durará tres años.
El día anterior, durante los ensayos que se realizaron por la tarde en la propia iglesia, Ana María, visiblemente emocionada y algo nerviosa, repasaba y repetía junto al formador el diálogo que iba a mantener con nuestro Provincial. Se eligieron los cantos observando que hubiera letras que hablaran de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y de la determinada determinación que ella misma había decidido tomar en jornada tan memorable.
“Ana María Villar, de Jesús Crucificado” –dijo el formador bajo el atento silencio de la iglesia llena.
“Presente” –dijo ella con serena sonrisa y una expresión de felicidad que no parece desvanecerse a pesar de los días.
Y el Provincial y Ana María mantuvieron ese diálogo de compromiso aceptado.
Y los fieles, testigos del compromiso que el Provincial recibía, contestaron con alegría eclesial: “¡Amén!”.
Se oyeron los cantos con la misma fuerza que en los ensayos y había sensación viva de Teresa sentada junto a nosotros.
El P. Jon Korta, sin perder de vista la fiesta del día, dedicó un momento importante de su homilía al Carmelo Seglar y a las promesas que Ana María había pronunciado, lo que sin duda pudo ser motivo de reflexión para que alguna persona se interesara por la familia del Carmelo teresiano y la vivencia de su carisma en su rama seglar.
En esta fiesta de la Cruz, de la de nuestro Padre Juan, de la filósofa Teresa Benedicta, de la arabita María de Jesús Crucificado, todo era sol sin atrevida nube, todo quiso ser oración y agradecimiento.
Terminó la misa con fotos de familia, fotos de amigos, de hermanos en la Orden. Y Ana María repartió unas estampas con el Cristo de Velázquez y el texto del recuerdo de esa fiesta.
Seguía el sol dándonos la mano. El Amado nos agradecía tanta felicidad compartida. Allí hubo abrazos y felicitaciones, besos, apretones de manos con sinceros deseos. Luego, sin más estar en la puerta del Carmen, nos fuimos, caminando, hasta un restaurante cercano. Con evidente ilusión y emoción no ocultada, Ana María nos sentó en una mesa grande. Grande para reunir a familiares, hermanos y amigos. Grande, como aquella felicidad que brotaba de sus ojos.
E. de la Cruz
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